El vuelo nupcial y la preparación para el invierno
A los pocos días de
fecundada la reina, comienza la matanza de zánganos en las colmenas más
prósperas.
En las mejores colmenas hay en
promedio de 400 a 500 zánganos, y que son alimentados con la miel producida
por la colmena.
Nunca se vio a una reina copulando
dentro de la colmena, la misma es ignorada por los zánganos aunque a veces pase
por el lado de ellos, quizás no sospechan de quién se trata.
Cada día, salen
las hordas de zánganos en su diaria búsqueda por una reina. La reina que se
apresta a su vuelo nupcial espera y escoge el día, debe ser un día soleado y
por la mañana.
Cuando está decidida, sale y entra
reiteradamente hasta memorizar el lugar donde se encuentra la colmena. Por fin,
alza el vuelo, perfectamente vertical hacia el cénit. Muy pronto varios miles
de zánganos, de colmenas próximas y de la propia, se juntan en una sola
cuadrilla y empiezan a seguirla.
Mientras suben, algunos van
quedando rezagados y desaparecen, son cada vez más los que renuncian, fatigados
y al final sólo quedan unos pocos. Finalmente la reina, ya un poco cansada, es
atrapada por el más resistente de ellos quien la abraza y la penetra durante un
minuto, en un baile espiral y ascendente, a una altura mayor que la de las aves
para no ser molestada o para que no ocurra ningún imprevisto. Un minuto y el
abdomen del macho se entreabre; el zángano, muerto en pleno éxtasis, cae en
espiral desde las alturas, siempre tomando como referencia el libro “La Vida de Las Abejas” de
Mauricio Maeterlinck y que El Apicultor presenta en versión periodística.
La explicación fisiológica de tan
bella y simbólica cópula es que el órgano del macho está diseñado para penetrar
a la hembra únicamente en el espacio, o sea volando, y por lo tanto es
imprescindible que en su vuelo ascendente dilate completamente sus dos sacos
traqueos; esas dos grandes vejigas se llenan de aire e “impelen las partes
bajas del abdomen”, permitiendo la energización del órgano.
La reina vuelve a la colmena, con
el falo todavía incrustado y parte de las entrañas del zángano. Se detiene en
el umbral, acompañada por un no muy abundante batallón, comenzando enseguida a
deshacerse de lo que quedó del macho.
Dos días después del himeneo la
reina empieza a poner huevos; en esos momentos es cuando las obreras vuelven
a prodigarle todo su cariño y preocupación. La reina permanece fértil hasta
apenas un tiempo antes de su muerte.
Algo raro ocurre, a los pocos días
de fecundada la reina, revolotea un aire asesino por los colmenares del
apicultor y comienza la matanza de zánganos en las colmenas más prósperas. Ese
día las obreras no salen a trabajar sino que preparan sus aguijones para la
matanza; grupos de tres o cuatro obreras atacan a cada zángano, le clavan sus
aguijones envenenados, les cortan las alas, les fracturan las patas, y los
pobres zánganos, desprovistos de aguijón, resisten, tratan de agruparse o
simplemente huyen. Los cadáveres de los zánganos son retirados de la colmena,
los zánganos todavía vivos, agrupados dentro, son vigilados por las guardianas
que les impiden cualquier movimiento por lo que pronto perecen de hambre, los
que salieron de la colmena vuelven al atardecer encontrándose con una barrera
infranqueable de abejas guardianas en el umbral; a la mañana siguiente, la
mayoría de los zánganos que esperó en el umbral están muertos.
A veces la naturaleza se comporta
de una manera extraña, de los mil zánganos que en promedio tienen las colmenas,
solamente uno será en cierto modo útil.
Después de la matanza, la
actividad de la colmena se reanuda, pero con menos efervescencia que en la
primavera; las fiestas disipadoras de la abundancia y las migraciones han
terminado y el invierno ya se avecina. El néctar de otoño es recolectado,
almacenado y sellado.
La colmena poco a poco empieza a
adormecerse, muchas obreras se pierden y mueren al acortarse los días y al
llegar las primeras y sorpresivas lluvias.
Finalmente llega el invierno, pues
las abejas sobreviven y logran mantener al interior de la colmena temperaturas
primaverales. Esto lo logran formando el curioso racimo, donde todas protegen a
la reina y se pasan la miel de boca en boca, de pata en pata. Cuando las abejas
más superficiales del racimo sienten demasiado frío, una capa del interior se
sale para reemplazarlas, adentrándose las frías abejas en el calor del grupo.
Así, cuando la temperatura al interior de la colmena desciende, las abejas realizan un movimiento tembloroso de sus músculos para producir calor hasta
alcanzar la temperatura deseada: “esa primavera secreta (en pleno invierno)
emana de la hermosa miel que no es más que un rayo de calor antes transformado,
que ahora vuelve a su primitiva forma (calor)”.