jueves, 8 de noviembre de 2012

OJOS DE LA ABEJA

 Ojos de la abeja
Los ocelos u ojos simples no son en realidad órganos muy especializados. Un ocelo consiste en una lente sobre una capa muy simple de células retinales alargadas, conectadas con las fibras nerviosas. No existe allí ningún refinamiento si se lo compara con la retina de los vertebrados. Es imposible que pueda formarse una imagen y se estima que su única función es la de detectar la in
tensidad de la luz que recibe.
Los ojos compuestos, por el contrario, constituyen estructuras complejas. La superficie exterior es un óvalo alargado, muy convexo, formado por la lente de miles de unidades, llamadas omatidios.
El número de unidades de cada ojo es, sin lugar a dudas, variable. Según trabajos efectuados con mediciones y estimaciones en determinados individuos, el ojo de la obrera tiene un área aproximada de 2-6 mm.² con unos 6.900 lentes y 0,2 mm. de diámetro. La reina posee menos y el zángano más, aunque no tanto como cabría esperar, porque las lentes son más grandes. Cada córnea del zángano tiene alrededor de 8.600 lentes; 0,3 mm. de diámetro y un área aproximada de 9 mm².
Los omatidios
Los omatidios son cuerpos alargados que se angostan en sus extremos. Se irradian en dirección perpendicular a la superficie de la córnea y de esta manera cada uno cubre un pequeño campo de visión angular. Cada omatidio consiste en una lente, detrás de la cual existe un claro y transparente cono cristalino, rodeado de células pigmentadas. Detrás del cono y en contacto con su ápice existe un conjunto de ocho células retinianas, también rodeadas de células pigmentadas.
Las células pigmentadas de los omatidios parecen servir para excluir la luz que penetra en las proximidades de los mismos, asegurándose de este modo que el estímulo sea sólo aplicado a la luz que penetra en la unidad individual.
Los bordes de las células retinianas que se unen en los ejes de los omatidios, se combinan de forma tal que componen un largo y delgado rabdoma, a la manera de una vara transparente, yendo para atrás hacia el final. El rabdoma es estriado y parece que su función es dividir la luz que lo atraviesa y va hacia las células. En el extremo proximal delgado las fibras nerviosas de cada una de las 8 células retinianas, pasan a través de la membrana basal hacia el nervio óptico del cerebro donde se cruzan y entrecruzan formando un verdadero quiasma.
Los ojos compuestos no pueden formar imágenes como las producidas por las lentes de los ojos de los animales vertebrados. Se piensa, por consiguiente, que cada omatidio detecta la intensidad de luz del campo situado inmediatamente frente a su lente y que la impresión total recibida por todo el ojo es de la misma naturaleza que un mosaico compuesto de pequeñas manchas de distinto brillo, algo así como los clisés que se veían en los diarios cuando se imprimían en sistema tipográfico.
Si bien tiene una capacidad de definición muy limitada (que se estima en un 1 % de la del ojo humano), el ojo compuesto de la abeja es suficientemente eficaz como para que el insecto pueda reconocer marcas de referencia en el terreno a medida que se aproxima a la colmena. También está capacitado como para detectar los movimientos que podrían alterar el mosaico patrón.
Una mirada distinta
Como se dijo anteriormente, mediante experimentos científicos quedó claramente demostrado que la abeja puede percibir diferencias de color. Su percepción cromática, empero, no es semejante a la del ser humano.
La abeja es ciega al color rojo, ubicado en el extremo final del espectro, pero puede ver perfectamente el ultravioleta, que las personas no distinguimos. Quizá la abeja no está muy capacitada para diferenciar los colores entre sí, pero es capaz de discriminar cuatro bandas muy anchas: amarillo abeja, azul verdoso, azul abeja y ultravioleta.
Aunque ciega al rojo, puede reaccionar fuertemente frente a algunas flores de ese color, debido a que éstas reflejan el ultra violeta. Las que no irradian el ultravioleta aparecen como negras a los ojos de las abejas. Las pinturas que contienen blanco de plomo reflejan el ultravioleta y, por lo tanto, proporcionan a la abeja una luz que se halla dentro de sus límites de percepción (blanco abeja). Las pinturas con pigmento blanco basado en cinc no reflejan el ultravioleta y, por lo tanto, las abejas las perciben como de color azul verdoso. Los narcisos blancos reflejan una luz similar a la de la pintura con base de plomo y producen un estímulo análogo.
Los ojos compuestos tienen otra propiedad muy importante: la de detectar el plano de vibración de la luz polarizada.
La luz se propaga en línea recta, pero los rayos luminosos rectilíneos se componen, a su vez, de «trenes de ondas», movimientos ondulatorios, vibratorios, pulsátiles, o como se los quiera llamar, sobre cuya naturaleza los físicos emitieron innumerables teorías.
En determinadas circunstancias, pueden suprimirse todos los trenes de ondas menos uno, y entonces se dice que el rayo de luz se polariza. Pero la luz polarizada no es un producto de laboratorio creado por la mano del hombre, sino que existe en la naturaleza como un subproducto de las reflexiones de la luz sobre las superficies brillantes.
Otro fenómeno natural, en el que se produce la polarización de la luz, ocurre en el cielo por el efecto de las diminutas partículas atmosféricas en suspensión. La luz que llega de un cielo claro está parcialmente polarizada y su plano de vibración varía según el ángulo entre la dirección del sol y la dirección del fragmento de cielo en cuestión.
Karl von Frisch y sus colaboradores demostraron que la abeja encuentra el camino hacia su morada y registra la ubicación de determinada fuente de alimento mediante el ángulo del sol, y si éste no se ve, por el plano de vibración de la luz. Asimismo, las exploradoras que descubren nuevas fuentes de alimento, pueden comunicar su ubicación por medio de las danzas que ejecutan sobre los panales.
Se considera asimismo que la facultad de detectar el plano de vibración reside en las células retinianas. Si estas células poseen realmente dicha propiedad, estarían capacitadas para enviar a los lóbulos ópticos mensajes esclarecedores sobre pautas precisas de navegación.

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